Un viaje de amor, propósito y creatividad con Lucrecia Laurel

 

Antes de crear su shala de yoga, Lucrecia observaba el mundo a través de una cámara. Su pasión por la fotografía —inspirada en las revistas de aventura, el teatro, la moda  y la antropología — le enseñó a detenerse en lo esencial, a aprender a mirar con amor. Esa sensibilidad en su mirada — tanto hacia los demás como hacía sí misma — nos muestra una nueva forma de experimentar y compartir el yoga.

Lucre encontró en el Ashtanga una meditación en movimiento y en la práctica Mysore un diálogo íntimo consigo misma. Un lugar para abrazar tanto la luz como la sombra, el lado A y el lado B de la existencia. Un espacio para conectar con lo esencial. Lo que no siempre se ve sino se siente.

En esta entrevista, Lucrecia relata cómo el yoga se convirtió en su camino de vida, cómo diferentes ciudades moldearon su práctica y por qué creó Lado B Yoga, su refugio en Madrid. Un viaje que nos llevará a Francia, a Argentina, a la India y a Los Ángeles. Del tatami de Aikido a la esterilla de Yoga.

Descubre su fascinante historia y cómo el yoga, la fotografía y el amor incondicional hacia los animales conforman un universo sobre el que podemos aprender y experimentar la vida más allá del yoga

 

Entrevista con Lucrecia Laurel @ladobyoga por David A.

 

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Empezaste tu camino en el yoga a los 18 años, después de practicar Aikido. ¿Cómo fue esa transición del tatami a la esterilla y qué te llevó a dar ese paso?

De adolescente practiqué Aikido y esa experiencia me enseñó a recuperar el centro a través del cuerpo. Sin embargo, años más tarde, cuando empecé la universidad en Santa Mónica, perdí ese centro, me sentí sin rumbo… y busqué una práctica física y espiritual que me ayudara a volver a mí. Ese fue el camino que me llevó a un estudio comunitario de yoga donde conecté por primera vez con la práctica. Ese paso del tatami a la esterilla nació de una necesidad de equilibrar mi espíritu libre con una práctica de presencia y concentración.

Busqué una práctica física y espiritual que me ayudara a volver a mí

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¿Recuerdas tu primera clase de yoga? ¿Qué sentiste y cuándo supiste que el yoga iba a ser una parte esencial en tu vida?

Sí, recuerdo aquel día. Lo que más me impresionó fueron las sensaciones de la geometría del cuerpo: de pronto estaba creando triángulos, sintiendo el flujo de la circulación de energía como una pirámide en Trikonasana o una línea en Samasthiti. Sentí como esas formas me ayudaban a respirar, a concentrarme y a fluir.

Esa primera sensación de habitar mi cuerpo con calma y presencia fue reveladora: sentí que podía conjugar mi espíritu más activo y rebelde con una disciplina que respetaba y centraba mi cuerpo. Con estas sensaciones en mente, probé distintos profesores y… un día, observándoles, pensé: “me encantaría estar en su lugar, poder compartir el yoga con otros”. Así que fue como - unos años más tarde, cuando me gradué de fotografía, me auto-regalé la certificación de Hatha Yoga..

Esa sensación de habitar mi cuerpo con calma y presencia fue reveladora

¿Qué te motivó a enseñar y cómo fue esa experiencia inicial?

Esa motivación surgió de la alegría que me producía la práctica. Me parecía una hermosa forma de ganarme la vida. Además, ya había experimentado la sensación de compartir cuando enseñaba Aikido a niños: me hacía feliz transmitir algo que me hacía bien. Me inscribí en la White Lotus Foundation de Santa Bárbara y aprendí anatomía, filosofía, cómo estructurar una clase y cómo usar la voz para guiar.

Nada más terminar, empecé a enseñar yoga en el jardín de una amiga en Santa Mónica y… desde la primera clase sentí que era algo natural para mí. Más tarde, en Buenos Aires, seguí compartiendo la práctica en mi casa-estudio de fotografía a cambio de donación o intercambio: mis alumnos llegaban con patatas o lechugas en lugar de dinero. Fue una manera hermosa y libre de comenzar a enseñar.

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Has practicado y enseñado yoga en Los Ángeles, Buenos Aires, París, India y Madrid. ¿Qué te aportó cada etapa y cómo ha enriquecido tu visión del yoga viajar por culturas diferentes?

Vivir y practicar en lugares tan distintos ha enriquecido mi camino yogui enormemente. En Los Ángeles descubrí el yoga en un entorno donde conviven lo físico, lo estético y lo espiritual. Era la cuna del yoga moderno y me permitió abrirme a la práctica desde la curiosidad y la libertad. En Buenos Aires conocí la tradición más pura con mi primer profesor de Ashtanga, Pablo Pirillo.

 Después viajé a India y practiqué con Rolf y Marci Naujokat en Goa, conectándome directamente con la raíz de la tradición. En París practiqué con Linda y Gérald, maestros muy tradicionales pero con una mirada abierta, y allí entendí la importancia del vínculo con el profesor.

Más tarde me mudé a España y en Madrid volví a mi práctica diaria, independiente y constante de Ashtanga. Cada ciudad me dejó una enseñanza: Los Ángeles la apertura; Buenos Aires la disciplina; India la esencia; París la reflexión sobre la relación maestro-alumno ( la fragilidad) ; y Madrid la importancia de la auto-práctica y constancia.

Cada ciudad me dejó una enseñanza: Buenos Aires la disciplina; India la esencia; París la reflexión y Madrid la auto-práctica y la constancia

Eres fundadora de Lado B Yoga en Madrid. ¿Qué significó para ti crear tu propia shala y qué buscas transmitir a tu comunidad?

Lado B Yoga nació de un lugar muy íntimo. Durante años el yoga fue mi “otro lado” mientras trabajaba principalmente como fotógrafa. Era mi espacio personal y silencioso, el refugio que me equilibraba. De repente, el universo me empujó a compartirlo de otra manera: los alumnos me animaron y, casi sin planearlo, la shala tomó forma.

Abrir Lado B fue necesario para desplegar mi propio universo, no sólo la práctica de Ashtanga sino también la creatividad, la fotografía y la introspección. A través del yoga encontré equilibrio, presencia y conexión, y eso es lo que quiero que las personas experimenten. Porque volver al cuerpo es volver al centro.

El nombre Lado B simboliza el “otro lado” de la vida: Representa ese espacio íntimo y a veces oculto que nos sostiene y equilibra. El lado B no es oscuro; es el punto de confluencia donde los opuestos se abrazan y nos recuerdan que sin oscuridad no hay luz. Por eso animo a que cada persona cultive su propio lado B,como un refugio diario para escucharse y estar presente 

A través del yoga encontré equilibrio, presencia y conexión

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Practicas y enseñas Ashtanga estilo Mysore. ¿Qué valoras de este método y cómo ha transformado tu enfoque del yoga?

Lo que más aprecio de la práctica Mysore es la profundidad que se alcanza con la repetición. La serie de Ashtanga tiene una estructura clara, pero lo transformador ocurre dentro de esa repetición diaria: día tras día recorres las mismas posturas y descubres nuevas sutilezas en la respiración, en la mirada o en la energía que se mueve dentro del cuerpo. La práctica se vuelve un espejo; no se trata de aprender algo nuevo cada día, sino de afinar la percepción y dejar que la respiración sea la que guíe.

Para mí, Mysore ofrece libertad dentro de una estructura. La secuencia está ahí para sostenerte, pero dentro de ese marco hay infinitas posibilidades. Cada práctica es única, y ahí está la magia. Para mí, esa repetición te enseña a estar presente y a apreciar los pequeños cambios. Es como observar un paisaje: parece lo mismo todos los días, pero cada día cambia.

Cada práctica es única, y ahí está la magia. Es como observar un paisaje: cada día cambia

Como profesora, ¿qué disfrutas al guiar a tus alumnos y qué valores intentas transmitir en tus clases?

Lo que más disfruto es ver cómo la práctica transforma a las personas: ver su entusiasmo, su bienestar y esa energía luminosa que se genera en la sala. Me emociona presenciar su alegría y el deseo de volver a la esterilla. En cada clase insisto en la constancia, la paciencia y la actitud positiva. El yoga no se trata solo de posturas; se trata de sostenerse con amor en el proceso.

 Cuando, después de mucho esfuerzo, un alumno logra algo que parecía imposible, lo celebramos juntos porque se convierte en una lección de paciencia, perseverancia y confianza. A veces puedes salir un poco frustrado porque la práctica toca puntos sensibles o te enfrenta a tus límites. Eso también forma parte del camino: aprender a escucharte y a sostenerte. Sobre todo, quiero que la práctica sea sostenible a lo largo de toda la vida.

Lo que más disfruto es ver cómo la práctica transforma a las personas

 Descubre la práctica de Ashtanga Yoga at Lado B 

 

El Ashtanga es un tipo de yoga dinámico y exigente ¿Qué consejo darías a quienes se inician y se encuentran con desafíos?

Lo primero que aconsejo es no compararse y no mirar demasiado las redes sociales. Hoy en día vemos muchas posturas avanzadas en las redes y eso puede generar frustración. En el yoga lo importante es aprender a respirar en sincronía con el movimiento; a partir de ahí el cuerpo se fortalece y flexibiliza sin necesidad de forzar. Las posturas avanzadas llegarán… o no pero eso no define la profundidad de la práctica.

El sistema de Ashtanga te obliga a pasar por cada paso, y eso es muy potente. Por eso recomiendo respetar los tiempos de la práctica, disfrutar el camino. El yoga se vuelve transformador cuando hay devoción y amor por el proceso, no cuando hay exigencia. Recomiendo practicar desde el deseo y la alegría; disfrutar cada paso y respetar los tiempos.

El yoga se vuelve transformador cuando hay devoción y amor por el proceso

Además de profesora de yoga, eres fotógrafa. ¿Cómo nació tu pasión por la cámara y qué sientes cuando fotografías?

Mi amor por la fotografía empezó casi por casualidad. Al comenzar el college en Los Ángeles tomé una clase de fotografía por curiosidad y me enamoré. Más tarde estudié escenografía y antropología social, y finalmente descubrí que la fotografía resumía todas estas pasiones: componer mundos y observar a los humanos.

Así que creo que mi amor por la fotografía nació de mi amor por el mundo: la naturaleza, las personas, las culturas, los colores. Cuando fotografío siento emoción y una conexión profunda con el momento presente. Fotografiar es una forma de meditar: implica mirar con atención y sensibilidad para descubrir que la belleza está en todas partes.

Fotografiar es una forma de meditar

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Eres fotógrafa de moda en Laurel Studio y también compartes tu pasión por los perros en WeWalk Studio. ¿Qué te inspira de los animales y por qué decidiste dedicarles un proyecto fotográfico?

Los perros han sido maestros esenciales en mi vida. Me han enseñado la pureza del amor: un amor muy presente, sin condiciones ni juicio. Porque no tienen la racionalidad ni las complicaciones humanas; sólo necesitan amor, un techo y comida. Su simplicidad nos recuerda lo que de verdad importa. La conexión con la naturaleza es esencial.

Lo que me inspira a fotografiarlos es precisamente esa energía tan pura y honesta que tienen. Cuando trabajas con animales todo es real: no hay máscaras ni poses forzadas. Hay emoción, juego y confianza. Por eso nació WeWalk Studio mi proyecto de fotografía de mascotas, para celebrar ese vínculo tan especial entre los humanos y los animales. Ese amor simple y genuino.

Los perros te enseñan la pureza del amor: un amor sin condiciones ni juicio

Mirando estas dos décadas entre el yoga, la fotografía y tus animales, ¿qué enseñanza principal te llevas de todas estas experiencias?

Si tuviera que resumir lo que he aprendido, diría que la gran enseñanza es el amor. El amor como postura ante la vida. Amar lo que haces, amar el presente y amar incluso los momentos difíciles. El yoga me enseñó la importancia de la respiración, de estar presente y de amarme y aceptarme; la fotografía, a mirar con atención y a encontrar la belleza en lo cotidiano; y los animales, a amar sin condiciones.

Al final, todo se une en esa misma corriente: vivir con amor, gratitud y apertura. Todo cambia —los lugares, las personas, las etapas—; lo único que permanece es la forma en la que elegimos amar.

Lo único que permanece es la forma en la que elegimos amar.

Por último, ¿hay alguna frase, pensamiento o canción que te acompañe siempre y quieras compartir?

Sí, hay dos frases que siempre llevo conmigo. Una es de Bob Marley: The sun is shining, the weather is sweet”, me recuerda que el sol siempre vuelve a brillar, incluso después de la tormenta. La otra es “Just keep walking … porque la vida —como el yoga, se trata de eso: seguir caminando, un paso y una respiración cada vez.

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A través de sus palabras, Lucrecia nos invita a honrar nuestro lado B.  Nos ha invitado a volver al cuerpo para encontrar nuestro centro y que la práctica —como la vida— se transforma cuando aprendemos a mirar con atención: a nosotros mismos, a los demás y al mundo que nos rodea.

Su historia es un recordatorio de que la repetición no es rutina, sino una puerta hacia la sensibilidad y la presencia; de que cada cambio, cada maestro y cada paso —incluso los más inciertos— forman parte del camino. Y con todo esto, nos queda clara una enseñanza: el amor es una postura ante la vida. Amar el cuerpo que cambia, la práctica que crece, los silencios que incomodan, los vínculos que sostienen.

Gracias, Lucre @ladobyoga , por recordarnos que la luz está en ese lado B. En el camino de descubrir quiénes somos a través del cuerpo y la presencia.

 

 

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